SE EXTRAEN ALMAS SIN ANESTESIA LOCAL

Disculpen la digresión, serán sólo unas líneas. La gran aportación de la exposición de la Galería Octubre es la creación de un retrato de Peñíscola, de unas fiestas y unas tradiciones, como si fueran un espacio antropomórfico. Además, como yendo de lo particular a lo universal, esa serie se complementa a la perfección con los retratos que son resumen de la trayectoria de Sergi Cambrils. Esta composición expositiva merece un breve análisis particular. Antropomorfismo viene de anthropos, es decir, el hombre fabricado del barro modelado a partir de una forma (morphe) que no es ni más ni menos que la imagen y semejanza de la deidad, como dice la Biblia y Sánchez García. Por otro lado retratar es extraer las rayas que dibujan a alguien, robar los trazos de su anatomía física y psíquica repitiendo una línea por cada línea real, una arruga por cada arruga, ojo por ojo, diente por diente, registrando un carácter, una fisonomía con la violencia de quien comete un hurto con alevosía. “¡Mira mi rostro! ¡Ojalá pudieras entrar con tus ojos también en mi pecho y ver la paterna ansiedad que lo ocupa!” Lo decía Ovidio. Un retrato es un lugar físico, pero es también un lugar psíquico, y como tal se vive, y así se aprecia en las historias pintadas de Cambrils. Se puede afirmar que hay una historia particular para cada retrato. Cada imagen es sentida por Sergi Cambrils como un reflejo incompleto de su carne, de su historia, de su cotidianidad. Cambrils es cómplice, desde las profundidades del tiempo convivido con los suyos, en la creación de un ensueño de eternidad que gozamos y compartimos. Y tengamos presente que se sueña interpretando millones de papeles al unísono. Así son sus retratos. Cambrils compone sus escenas de este modo porque no es anónimo respecto a lo que retrata. En este caso las pinturas no discurren únicamente por las sendas marcadas de la ciencia empírica, aparece la actuación de la analogía, la paradoja, la contradicción, la metáfora; en resumidas cuentas: el universo conceptual de una lógica que no considera el aspecto irracional del ser humano excluido de su ser en esta vida. Y nos adentramos en un terreno pantanoso, encrucijada donde convergen los ambiguos caminos de la tradición, la religión, lo mágico, el recuerdo, la memoria, la antropología… Estas pinturas, cuanto más extrañas, más parecen en verdad darnos un sentido de reafirmación respecto a quiénes somos. Y es que las distintas sociedades en las que vivimos convergen en los puntos en que se rompen las barreras emocionales, y por eso estas representaciones son un espejo que refleja de forma honesta nuestra mirada. “El arte se ha vuelto iconoclasta, pero esta postura iconoclasta moderna ya no consiste en destruir las imágenes, como la de la historia; más bien consiste en fabricar imágenes” Y esas imágenes parten de los principios ya esbozados: lo dicho, el retrato es un lugar físico y psíquico; es una representación de un rostro humano, y también del rostro humano (nótese la no tan sutil diferencia del cambio de artículo); habita en la conciencia humana; es el agujero del muro de las lamentaciones donde compartimos un sueño sobre papel; es una escena pletórica que rememora y enmascara, que narra… que narra historias que se pliegan sobre sí mismas transfigurándose en anécdotas, retales de tradición, aforismos. Estas historias, en las cuales se estratifica la leyenda del ser humano, son la única verdad histórica con la que contamos, son ejemplos de un goce por la vida y la muerte que se sienten como un hecho infinito. Son sueños de la razón que producen escenas monstruosas, vida más allá de la muerte, eternidad. El Grand Verre de Marcel Duchamp es un ejemplo de todo esto pero de forma mucho más brutal, y está presente en la obra de Cambrils, aunque no de manera literal, sino como estado de ánimo, como música de fondo.
Y ahora la Gran Feria de Variedades se instala en Castellón. La gran diferencia entre la interpretación de Cambrils y la de cualquier otro está en el conocimiento de la historia que escenifica, en el uso de su memoria particular. Sí, Sergi Cambrils pinta su propia memoria, y como la de cualquiera, la suya es una memoria individual que se corresponde con la realidad sólo para él. La memoria es como una novela de páginas sobadas, con impresiones de ilustraciones desgastadas, las esquinas dobladas y la hoja con los créditos editoriales desparecida hace tiempo; son páginas impregnadas de recuerdos de olores, nostalgias de sabores, tintes que mancharon su papel de coloraciones salinas, suma inconmensurable de huellas digitales, rasguños y restos de carmín y cazalla (o sol y sombra). Y cada uno tenemos nuestra propia novela. Aunque todas sean la misma, de la misma edición y contengan las mismas palabras; son diferentes, no sólo para cada lector, sino cada vez que son leídas. A veces heredamos la novela, y ya la encontramos señalada y garabateada. Entonces la memoria es como una sábana de hotel que conserva el calor del cuerpo humano, que supura recuerdos cuando pasa de mano en mano, de cuerpo en cuerpo. Es el mito de la caverna platónica pero en la recreación de José Saramago, pues los humanos no vemos el universo como una proyección de vagas sombras en la pared de una cueva de espaldas a las ideas que se proyectan a través de la luz de la gran bombilla alógena; somos nosotros las sombras huidizas que dejan el rastro de las imágenes al pasar. Nosotros, para los demás, sólo somos las sombras que de nuestra existencia alcanzan percibir. Podemos concluir que la entidad humana es fantasmal, y que como espectros quedamos para la historia, habitando en las tres dimensiones en que estamos encarcelados. El rostro de la humanidad que Cambrils retrata tiene, evidentemente, el aspecto de las sociedades que ha vivido, de los lugares donde ha instalado la Gran feria de Variedades, y especialmente, naturalmente, maravillosamente, de Peñíscola. Ha tenido la suerte de que esta población se ha labrado la estética de una belleza sobrehumana en conservación de sus tradiciones, especialmente las festivas que sirven ahora de inspiración. El rostro de Peñíscola está compuesto de millones de anatomías y de sus inquietantes estructuras constructivas papalunísticas, charltonhestoneras y berlanguianas, sus sonidos de dulzaina y tabal, y el intenso sudor de una piel castigada por el sol, la sal y el turista de secano. Los personajes que aparecen pintados, y todos nosotros al fin y al cabo, no son piezas de un molde, la sociedad que componen no es Golem, sus caras no se acuñan como las monedas de los monarcas, no son máscaras de cera imperturbables, no son imagines maiorem en sus altares; son el resultado de una germinación en una tierra, bajo un sol concreto; son particulares de Peñíscola, y en su individualidad representan la universalidad de las particularidades. La ciudad está compuesta también por millones de historias. De entre ellas, las fiestas son un capítulo fundamental, porque son como una tragicomedia agradable ambientada en un baile de máscaras. Todo espíritu profundo necesita una máscara: más aún, en torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de toda palabra, de todo paso, de toda señal de vida. Nietzsche dixit. El retrato nace de una máscara sentida como una huella histórica, vecinal, amigable, rencorosa, traidora y, en fin, circunstancial (en el sentido de Ortega y Gasset) en la que todos nos reconocemos alguna vez. Si Sergi Cambrils tuviera su propia parada en la Feria de Variedades, un cartel rezaría a la entrada de la caseta: “SE EXTRAEN ALMAS SIN ANESTESIA LOCAL

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