Dormir

Publicado este mes en Arrels.
A veces oigo cosas sobre dormir que provocan que me caiga babilla sobre la almohada. Lo digo por envidia cochina. Y es que anoche no dormí nada. Y a mi eso me afecta, porque yo soy una marmota, desde pequeñito. Recuerdo los días de verano cuando mi madre me dejaba dormir hasta la hora de comer. Dejadlo que mientras duerme no está haciendo maldades, decía, demostrando en cuan alto concepto me tenía. El caso es que eran las tres de la mañana y mis ojos abiertos parecían dos bolinches de vidrio cuarteado. Pensé en leerme la colección encuadernada de Arrels. Lo hice. Y empecé a amodorrarme con los escritos políticos, hasta que tropecé con una columna de Alejandra Mariner. Y de nuevo con los ojos de vidrio. ¡Esta Ale es que dice las cosas tan claras! Me rehíce y me dije: el insomnio no me puede ganar. Encendí el televisor desde la cama y se conectó a todo volumen, despertando a los vecinos de atrás y a su encantador bebé que comenzó a chillar como si Herodes lo quisiera degollar. Tiré el mando, salté desesperado a desenchufar la tele y lo hice tan bien que arranqué la placa de la pared y me quedé con la toma de corriente en la mano junto con un chispazo de quinientos mil voltios que fulminó todas las bombillas. Pero, qué importa no tener luz, pensé, si mi pretensión era dormir. Y eso iba hacer en cuanto los vecinos terminaran de maldecirme. Mientras tanto, volví a oscuras a mi cama, pero me enredé con el cable del televisor y me caí sobre la alfombra donde casi me trago el mando que antes había lanzado. Me arrastré, me agarré a una pata de madera para levantarme y la lámpara de la mesita me cayó sobre la cabeza. ¡Funcionó! Me desperté a las siete de la mañana. Salí disparado a trabajar pero volví, también disparado, porque nadie en este mundo se va trabajar en calzoncillos. Me vestí desesperado. Volví a salir. Saludé a los vecinos que estaban paseando al bebé que no quería dormirse. Me volvieron a maldecir. Al ir a sacar las llaves del coche me di cuenta de que llevaba el pantalón al revés. Pero ya no había tiempo. Salí como un cohete y a la altura del Apeadero me di cuenta de que era sábado y no trabajaba. Si me ven por la calle y hago mala cara, no se asusten, es que todavía estoy arrastrando sueño.

0 comentarios:

Publicar un comentario