María, la sandinista (fragmento de la novela Azogue, Bohodón Ediciones, Madrid, 2009)

Su piel era muy morena, casi negra, y su pelo, rizado y azabache. Era bajita, delgada y curvilínea. Tenía ojos de mirar un poco turbio, con el fondo blanco pastoso, y la nariz ancha y aplastada; pero su boca, de labios carnosos, apretaba con tal fuerza la boquilla de los cigarrillos que aspiraba, que no se podía evitar imaginarla sorbiendo otras cosas más carnosas. No entiendo bien lo que ocurrió, lo fácil que resultó disfrutar de su tersa piel a su llegada a este país. No fue nunca excepcional en la cama, porque escamoteaba las dulces caricias que una mujer de ensueño puede proporcionar a un joven ansioso. Era egoísta en el amor, vamos que iba a la suya, pero era eso precisamente, unido a una increíble capacidad para llegar al cenit repetidamente, lo que hacía de ella una amante de las que dejan huella en la memoria de un inexperto orgulloso que se creía desde entonces capaz de dar placer (...)

0 comentarios:

Publicar un comentario