Siembra tu amor por la noche y reza para que al día siguiente se pierda la cosecha

Fragmento de la novela El asesino gourmet (Joan Feliu, Finisterrae ediciones, Santiago de Compostela, 2011 http://www.todostuslibros.com/editorial/finis-terrae-ediciones_77077).Si quieres más, tendrás que comprarlo. (...) Cordelia había pensado en pedir algo de cena mientras esperaba la explicación de todo este embrollo. Le solicité permiso para echar un vistazo a su nevera antes de llamar a Telepizza y, la verdad es que me sorprendió lo bien surtida que estaba la cocina. Descubrí una fiambrera con atún salado en aceite, la famosa “tollina de sorra”. Le pedí soledad y que pusiera la mesa. Había tomates y pimientos. También encontré en la nevera un bote de piñones algo blandos pero que podían servir y una buena cantidad de cebollino. Suficiente para una titaina. La titaina es un plato de gourmet sencillo pero a la vez de mucho nivel típico de El Cabañal, el cada vez más extinto barrio de pescadores de Valencia. Asé rápidamente en el microondas dos pimientos y los pelé y limpié para machacarlos hasta emulsionar con un poco de aceite y sal. Luego los reservé en un cuenco mientras en la sartén, con el aceite bien caliente freía otros dos. Corté el tomate en dados y se lo añadí en el momento en que los pimientos empezaban a dorarse. Los rectifiqué de sal, y también los reservé. Salé el atún y lo doré suavemente, es importante dar al atún una cocción corta, como si fuera un filete, de lo contrario queda reseco. Finalmente lo serví en un plato añadiéndole por encima el sofrito de pimiento y tomate; luego le puse una segunda capa de atún y le vertí la salsa del pimiento asado. Decoré el plato con los piñones tostados, un poco de cebollino picado y un chorrito de aceite de oliva. Y a triunfar. Es fácil conquistar a una mujer por su estómago. En el caso de los hombres prefiero que ellas apunten un poco más bajo. Al volver con la titaina descubrí que Cordelia había aprovechado para darse una ducha. Salía vestida con una camiseta blanca de algodón y unos pantalones cortos de deporte. No sé si de manera intencionada, no se había secado adecuadamente, y el algodón de la camiseta estaba absorbiendo el líquido allá donde estaba más tersa. Mi sueño de una pequeña e improvisada fiesta de camisetas mojadas se estaba haciendo realidad, aunque no hubiera acuario. Me miró, sonrió y dejó la toalla sobre el respaldo de una silla. Sus pechos, humedecidos por la tela traslúcida se mostraron desafiantes, descarados, generosos, enfáticos, misteriosos, lúbricos, arrogantes, hedonistas, prometedores y, en definitiva, soberanos. Volvió a mirarme, y esta vez sin sonreír, dio media vuelta y marchó, lentamente, hacia la puerta de su habitación. Respiré hondo, solté la fuente de comida en la mesa y la seguí. Pensé: ha llegado la hora de sembrar tu amor y rezar para que al día siguiente se pierda la cosecha. Al llegar al quicial, ella, de espaldas, estaba volviéndose a quitar los pantalones. Me acerqué por detrás y antes de tocarla se volvió. Fue ella la que me abrazó, la que oprimió sus duros senos contra mi pecho. Aproveché para levantarle la camiseta. Ya desnuda, se arrodilló sobre la cama dándome la espalda, como si fuera a orar genuflexionada ante el altar. Pero para mí el altar era la grupa que me ofrecía, erguida al viento desafiando las leyes del equilibrio y todos los cánones de la estatuaria clásica. Y es que hay traseros que atraen como las luces encendidas a los insectos en las noches de verano, como la sangre a los tiburones. Ver aquello balancearse, medir su ritmo, era intuir, al menos, el misterio del universo. Y llegar a tocarlo era como una promesa de bienestar junto al calor del hogar después de atravesar una tormenta de nieve. Lo que siguió no viene al caso. Sólo diré que al terminar sonaron gritos desgarrados amortiguados por los tañidos de algún reloj de campanario. La habitación olía a cerezas. Y la titaina siempre sabe mejor al día siguiente (...)

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