La mente humana y la percepción

Dice José Luis Pinillos en La mente humana algo así como que los receptores o sentidos son las ventanas por donde el organismo recoge información del mundo que le rodea, es decir, del mundo exterior, y también del interior del propio cuerpo. Físicamente las estimaciones que desencadenan la actividad de los sentidos no son más que formas de energía que inciden sobre ellos, sobre la retina, el tímpano o la pituitaria, pero que en sí mismas son psicológicamente mudas, por decirlo de alguna manera. Esto es, ni las vibraciones en el aire son sonoras, ni las ondas electromagnéticas tienen color alguno. El sonido y el color son cualidades que surgieron o cobraron realidad tan sólo cuando unos impulsos nerviosos suscitados por la estimulación del tímpano o la retina, alcanzaron las correspondientes zonas de proyección de una corteza cerebral sana y con el tono vital necesario para que en el sujeto existieran procesos de conciencia.
Miles de millones de años antes de que existiera la especie humana había ondas electromagnéticas y vibraciones mecánicas, pero los fenómenos cromáticos y auditivos no existieron hasta el día que un ser vivo, dotado de los correspondientes órganos sensoriales, subjetivó esas energías físicas en forma de fenómenos, esto es en forma de hechos de conciencia.
Gracias a las diferentes modalidades sensoriales que existen en el organismo humano, se nos hacen patentes cualidades diversas, como el color o el sonido, de los que muchísimos otros seres vivos no tienen ni idea.
Incluso para los que sabemos que existe el color, no tiene sentido preguntarnos por el color de las ondas electromagnéticas de longitud superior o inferior a las que podemos percibir. Esas ondas no tienen color.
Johannes Muller formuló la ley de energía específica de los nervios, según la cual la cualidad de la sensación depende del tipo de fibra que se excita y no de la clase de energía física que inicia el proceso.
Además, la percepción se desarrolla con la experiencia, esto es, constituye un hábito adquirido que no todos poseen por igual. No todo el mundo aprecia con igual percepción la distancia que nos separa de las cosas, de hecho cuando la distancia hay que estimarla verticalmente, de arriba a abajo, los errores son espectaculares, justamente por la falta de hábito.

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